domingo, 2 de enero de 2011

Once copos

Dicen que es imposible recordarlo, pero yo lo recuerdo todo.
Recuerdo lo negro, la oscuridad, el desprendimiento y el frío.
Recuerdo la ventana y los copos blancos cayendo, primero suavemente,
después, con más furia y violencia.
Era un día de enero,
era una tormenta de nieve.
Balanceándome en esa gravitación de agua congelada, nací, en una ciudad llamada Salt Lake City, ciudad del gran lago salado. Un lago de sal, un nacimiento no esperado en un lugar lejano, casi un destierro.
Digo mi nacimiento porque creo que el lugar y sus condiciones, marcan indefectiblemente la vida de las personas, el curso que la tinta seguirá en el papel. Y digo mi lugar de nacimiento como daría vida a un personaje, eligiendo su origen y destino para que los que encuentren interesante leer estos pasajes, tengan la referencia blanca y violenta de mi origen.
No sé qué escribir, ni por qué a alguien le tendría que interesar leerme. Simplemente escribo, como muchos han dicho, por el simple hecho de que no puedo no hacerlo. Porque desde mi rareza de sal, crecí como la isla de un país, cuyo barco a tierra eran el drama y la poesía.
Eso, no más. Simplemente creo que cada uno tiene una naturaleza; la mía es quizás un silencio cabreado y el exilio. Yo le echo la culpa a la nieve, y a esa tormenta de media noche que eclipso mi grito primero.
Pero ese fue sólo el principio...

3 comentarios:

  1. Qué doméstico se me hace este principio, como el idioma de los criollos y el atravesado español de los indios de mi pueblo. Tan cotidiana esa nieve, lejana y desconocida. Tan familiar el exilio, la rareza y el extrañamiento. Barco y ancla, raíz y flor, como cuando escuché el mal español de los brujos de norteamérica, así de frecuente como las notas del acordeón. Hay un pedazo de nosotros en cada copo de nieve. Esa nieve de China rimando.

    ResponderEliminar
  2. Tan familiar esta vida cotidiana que transcurre entre indios en la nieve escuchando un acordeón: ancla que navega hacia el principio. Es cierto que hay de nosotros un pedazo en cada copo, es cierta la rareza y el árbol de durazno al que tú me recuerdas.

    ResponderEliminar
  3. Recorrí las entradas de este sitio hoy con más calma. Los renglones rellenos me fueron levantando las puntas de las pestañas y arqueando mi lengua dentro de la boca, como quien quiere, también porque no sabe hacer otra cosa, levantar la mano para decir algo en una clase con las cortinas rojas ante esa luz del viejo Oeste.
    Me entristece nuevamente el que tú sepas lo que es el destierro, y también lo sepa Safran Foer en tan sólo una cita y lo sepa una fotografía tomada desde una vereda vacía.
    Me alegra, por otro lado, que estés aquí y poder saludarte entre tus palabras.
    Otro abrazo Ili.
    Lu

    ResponderEliminar

Buzón