lunes, 12 de agosto de 2013

Perros


El día anterior había leído el cuento de Joyce Carol Oates, “Mastiff”. Entre las pocas opciones de cuentos libres que tenía para leer en el New Yorker, me llamó la atención ése, por el Mastín gigantesco que eligieron para ilustrar el cuento.

*
Cuando tenía seis años, un Mastín gris mordió a mi hermana. Ella no lo provocó, simplemente abrazó a su amiga, la de la casa, y el perro sintió de súbito un ataque de celos, y se fue contra ella, mi hermana. La mordida le atravesó del paladar a las cejas. Tuvieron que coserla en el hospital. Entonces descubrí que la piel podía coserse, tanto o más que las cobijas que tejía mi abuelita.

*
El cuento me dejó triste, por el ataque del perro en la montaña, y por los dos conocidos casi extraños que intentan gustarse a pesar de que no lo están logrando; la soledad desesperada de encontrar en el otro una mueca que abra un camino hacia algo que alguno pueda reconocer, pero que casi no está ahí, o por momentos aparece como una nube que en segundos muta en nada. Hasta el ataque del Mastín.

*
Al día siguiente encontré en el periódico en la sección “Ciudad”, que un Boxer había matado a un niño de año y medio en Tláhuac. Coincidencias. Sentí miedo, como si las letras me estuvieran hablando, como si la nota estuviera ahí para que yo descubriera un mensaje en clave. La madre iba paseando con su hijo pequeño, al cuál llevaba atado a una correa (sí, el niño atado a una correa para que no se le fuera a perder). Ironías. Y por alguna razón, el perro alcanzó a sacar su cabeza por la reja y arrastró al niño hacia el interior. Los detalles los omito. Lo importante es que el niño murió, y el personaje del cuento, no. La realidad supera a la ficción.

*
Yo también tengo una perra, no es Mastín, ni Boxer, ella es mezcla, es de la calle, y eso me gusta, de algún modo me hace sentir menos responsable. Al principio no la quería, por grande, estaba acostumbrada a los Cocker spaniel o a la Maltés viejita, ahora sorda y ciega que habita en casa de mis padres, un amor. No estaba acostumbrada a perros grandes, como la mía, que es blanca y tiene un antifaz negro. Una loba a la cuál adoptamos porque un amigo la encontró llorando afuera de la escuela de sus hijos. Cuando me vio, ladró. Y yo me paralicé de miedo. Pensé que no podríamos cohabitar la misma casa.

*
Un día mi perra que es mezcla se perdió. Había salido a tomar unas fotografías, y a pesar de que la tenía sin correa, a pesar de que es de la calle y reclama siempre su libertad, la dejé salir. Caminó más rápido, hasta que no pude seguirle el paso y la perdí. Por más que la buscamos, apareció después de un par de horas, traída por unas niñas que la habían encontrado. Me sentí culpable.

*
 Desde entonces la veo como un ser humano. Sus actitudes son más coherentes que las mías, si se enoja puede no voltearme a ver en todo el día, hasta que se le pasa el berrinche y comienza a mover la cola. Su rebeldía es grande, no sé de donde la saca. Desde ese día creo que nos reconocimos, sus ojos no son los de un perro, son los de una mujer árabe que se delinea los párpados. Nos entendemos, nos queremos, y habitamos en paz el mismo espacio.

*
Fobia. No he perdido el miedo a los perros. Mi psicoanalista dice que puede ser mi agresividad proyectada en el afuera. Puede ser. Pero también hay perros que atacan a los humanos por instinto.

*

Al final, perros y seres humanos somos muy parecidos.


.

2 comentarios:

  1. En el estremecimiento que nunca se fue recuerdo los dientes tibios del perro del vecino, un animal que, más o menos, aprendió el oficio de su amo de aniquilarse diariamente, tozudamente, contra el sol de la mañana. Iban vida arriba, perro y humano, escupiendo en signo de desprecio cualquier retoño de belleza. Ese era su conjuro, su achaque, y su superstición... veían la sombra carcomiendo cualquier bondad. No sé cómo serán sus hijos hoy. Si se permitirán el viento. Lo que sí se es que me costó librarme de esos dientes tibios.

    ResponderEliminar
  2. Oh. De verdad este es un texto demasiado bonito, la cadena de acontecimientos me remueve mucho: el cuento de Oates, la nota del periódico, la perrita...parecen cosas mágicas :) Esta línea me pareció poesía pura: "sus ojos no son los de un perro, son los de una mujer árabe que se delinea los párpados". Hace mucho que no te leía y me alegra profundamente volverlo a hacer, sobre todo en medio de tantas y tantas coincidencias...abrazo enorme!

    ResponderEliminar

Buzón