miércoles, 20 de abril de 2011

Viajes portátiles


Caminos casi infinitos de desierto y cables de luz. Dicen que no existen esos viajes, minúsculos y misteriosos. Pero yo sé que sí, y además se doblan como camisas recién almidonadas, se guardan como folders, uno encima del otro para no alterar el orden espacial del tiempo. No hay nada como adentrarse en esos escondrijos de un viaje portátil, de viajar a lagos salados y regresar mojado con el sabor de mar en la boca. No hay nada como cerrar los ojos y al abrirlos, tener la certeza de que se subió a la copa más alta de los baobabs; transformarse en murciélago o en el perico que descifra el alfabeto de Adán Cadmón, repitiendo sílaba por sílaba la eternidad. En esos viajes no hay diferencia palpable entre ser un cazador de sueños o el gato con sombrero de puntos más feo ya que la materia se funde tan sutilmente al objeto contiguo que es difícil determinar dónde comienza uno y dónde termina el otro.
Los viajes portátiles en tiempo humano parecería que duran un segundo, pero eso nadie lo sabe, porque tienen la cualidad de deslizarse por un túnel circular que puede atravesar siglos sin perturbar a nadie. Entonces los ojos engañan, porque creen ver aquello que retiene la memoria y su soberbia les impide ver que ya no está. Por eso yo no creo en los ojos. Ni en el cuerpo. Ni en el tiempo. Prefiero esos viajes portátiles que engañan a los pájaros escapando entre sus aleteos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Buzón