miércoles, 21 de agosto de 2013

Lluvia



En los días de lluvia somos como gusanos. Ciudadosos de no movernos demasiado, de no salir de las sábanas-capullo. Algo tiene la lluvia que demanda inmovilidad, resguardo, contemplación. La gente suele decir: Me gustan los días lluviosos, pero desde mi ventana. Lástima que la lluvia no elija caer siempre los domingos, sino un día entre semana, en que millones de personas terminarán encalladas en Viaducto.

Dice Borges:
Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Para mí, que vivo en un bosque, la temporada de lluvias, es siempre algo que sucede en el pasado. El agua es una entidad que mantiene su presencia aunque la veamos caer o no. Pero sabemos que ha estado aquí, aunque silenciosa, a través de las multiples señales que nos deja. La humedad, por ejemplo, es lluvia vaporizada que se mezcla en el aire y que se impregna a los sillones de la casa, el perfume distintivo del agua que lleva demasiado tiempo ocurriendo. O los árboles, que amanecen plateados, con sus miles de gotitas de agua colgando de las ramas como si fueran plátanos maduros a punto de caer.

En mi caso, no tengo objeción alguna en que la temporada de lluvias me convierta en musgo, corteza sombría en la cornisa de la ventana; un capullo verde que cuelga llorando hacia adentro, como decía Lorca:
Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
Tristeza resignada de cosa irrealizable.


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Buzón