El día
anterior había leído el cuento de Joyce Carol Oates, “Mastiff”. Entre las pocas
opciones de cuentos libres que tenía para leer en el New Yorker, me llamó la atención ése, por el Mastín gigantesco que
eligieron para ilustrar el cuento.
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Cuando tenía
seis años, un Mastín gris mordió a mi hermana. Ella no lo provocó, simplemente
abrazó a su amiga, la de la casa, y el perro sintió de súbito un ataque de
celos, y se fue contra ella, mi hermana. La mordida le atravesó del paladar a
las cejas. Tuvieron que coserla en el hospital. Entonces descubrí que la piel
podía coserse, tanto o más que las cobijas que tejía mi abuelita.
*
El cuento me
dejó triste, por el ataque del perro en la montaña, y por los dos conocidos
casi extraños que intentan gustarse a pesar de que no lo están logrando; la
soledad desesperada de encontrar en el otro una mueca que abra un camino hacia
algo que alguno pueda reconocer, pero que casi no está ahí, o por momentos
aparece como una nube que en segundos muta en nada. Hasta el ataque del Mastín.
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Al día
siguiente encontré en el periódico en la sección “Ciudad”, que un Boxer había
matado a un niño de año y medio en Tláhuac. Coincidencias. Sentí miedo, como si
las letras me estuvieran hablando, como si la nota estuviera ahí para que yo
descubriera un mensaje en clave. La madre iba paseando con su hijo pequeño, al cuál
llevaba atado a una correa (sí, el niño atado a una correa para que no se le
fuera a perder). Ironías. Y por alguna razón, el perro alcanzó a sacar su cabeza por la reja y arrastró al niño hacia el
interior. Los detalles los omito. Lo importante es que el niño murió, y el
personaje del cuento, no. La realidad supera a la ficción.
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Yo también
tengo una perra, no es Mastín, ni Boxer, ella es mezcla, es de la calle, y eso
me gusta, de algún modo me hace sentir menos responsable. Al principio no la
quería, por grande, estaba acostumbrada a los Cocker spaniel o a la Maltés
viejita, ahora sorda y ciega que habita en casa de mis padres, un amor. No
estaba acostumbrada a perros grandes, como la mía, que es blanca y tiene un
antifaz negro. Una loba a la cuál adoptamos porque un amigo la encontró
llorando afuera de la escuela de sus hijos. Cuando me vio, ladró. Y yo me
paralicé de miedo. Pensé que no podríamos cohabitar la misma casa.
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Un día mi
perra que es mezcla se perdió. Había salido a tomar unas fotografías, y a pesar
de que la tenía sin correa, a pesar de que es de la calle y reclama siempre
su libertad, la dejé salir. Caminó más rápido, hasta que no pude seguirle el
paso y la perdí. Por más que la buscamos, apareció después de un par de horas,
traída por unas niñas que la habían encontrado. Me sentí culpable.
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Desde entonces la veo como un ser humano. Sus
actitudes son más coherentes que las mías, si se enoja puede no voltearme a ver
en todo el día, hasta que se le pasa el berrinche y comienza a mover la cola.
Su rebeldía es grande, no sé de donde la saca. Desde ese día creo que nos reconocimos,
sus ojos no son los de un perro, son los de una mujer árabe que se delinea los
párpados. Nos entendemos, nos queremos, y habitamos en paz el mismo espacio.
*
Fobia. No he
perdido el miedo a los perros. Mi psicoanalista dice que puede ser mi agresividad
proyectada en el afuera. Puede ser. Pero también hay perros que atacan a los humanos por instinto.
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Al final,
perros y seres humanos somos muy parecidos.
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En el estremecimiento que nunca se fue recuerdo los dientes tibios del perro del vecino, un animal que, más o menos, aprendió el oficio de su amo de aniquilarse diariamente, tozudamente, contra el sol de la mañana. Iban vida arriba, perro y humano, escupiendo en signo de desprecio cualquier retoño de belleza. Ese era su conjuro, su achaque, y su superstición... veían la sombra carcomiendo cualquier bondad. No sé cómo serán sus hijos hoy. Si se permitirán el viento. Lo que sí se es que me costó librarme de esos dientes tibios.
ResponderEliminarOh. De verdad este es un texto demasiado bonito, la cadena de acontecimientos me remueve mucho: el cuento de Oates, la nota del periódico, la perrita...parecen cosas mágicas :) Esta línea me pareció poesía pura: "sus ojos no son los de un perro, son los de una mujer árabe que se delinea los párpados". Hace mucho que no te leía y me alegra profundamente volverlo a hacer, sobre todo en medio de tantas y tantas coincidencias...abrazo enorme!
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