miércoles, 20 de abril de 2011

Viajes portátiles


Caminos casi infinitos de desierto y cables de luz. Dicen que no existen esos viajes, minúsculos y misteriosos. Pero yo sé que sí, y además se doblan como camisas recién almidonadas, se guardan como folders, uno encima del otro para no alterar el orden espacial del tiempo. No hay nada como adentrarse en esos escondrijos de un viaje portátil, de viajar a lagos salados y regresar mojado con el sabor de mar en la boca. No hay nada como cerrar los ojos y al abrirlos, tener la certeza de que se subió a la copa más alta de los baobabs; transformarse en murciélago o en el perico que descifra el alfabeto de Adán Cadmón, repitiendo sílaba por sílaba la eternidad. En esos viajes no hay diferencia palpable entre ser un cazador de sueños o el gato con sombrero de puntos más feo ya que la materia se funde tan sutilmente al objeto contiguo que es difícil determinar dónde comienza uno y dónde termina el otro.
Los viajes portátiles en tiempo humano parecería que duran un segundo, pero eso nadie lo sabe, porque tienen la cualidad de deslizarse por un túnel circular que puede atravesar siglos sin perturbar a nadie. Entonces los ojos engañan, porque creen ver aquello que retiene la memoria y su soberbia les impide ver que ya no está. Por eso yo no creo en los ojos. Ni en el cuerpo. Ni en el tiempo. Prefiero esos viajes portátiles que engañan a los pájaros escapando entre sus aleteos.

miércoles, 13 de abril de 2011





No es precisamente aquí donde la vida se coló en la maceta. No es precisamente este lugar en el que crece el maíz justamente, donde a los lugares sagrados se les tiene respeto porque su valor es mucho más profundo que el interior de una mina. Este lugar está plagado de muerte. Este lugar está gritando con las voces de sus desaparecidos, pero nadie los escucha. Hace mucho que dejó de verse y de hacerse justicia, de qué otro modo se explica el destierro de comunidades enteras y su refugio en cuevas porque el poder con armas ha tomado sus sitios, sus hogares, sus raíces. Hace mucho que en este rincón del mundo se perdió la cordura, vivimos en la risa de unos pocos para los que la vida es desechable, al igual que el arraigo, el origen y el amor. Un pájaro negro volando sobre un cielo anochecido, una escopeta blandiendo el silencio, un futuro desesperanzado y cansado de esconderse en el miedo. El encierro producto del terror, un estado de sitio, una condena oculta, una infinita impotencia por querer salvar esta tierra, ese cerro del Quemado, esas ciudades del norte y de la costa, este país que no merece ir muriendo con nosotros de uno en uno en fosas que nadie supo quién cavó. No es precisamente aquí donde crece la vida, pero aun así se aferra, como una flor que persiste y busca su salida entre las piedras.

Feeling from mountain and water



Cielo claro
Por el camino que vine
Vuelvo
(Gitoku)